MI CUENTO: La sombra de un sueño.

La sombra de un sueño.

El día avanzaba con calma en el radiante bosque de Artmis.
Las hojas verde esmeralda de los castaños y las hayas despedían destellos, por la humedad, bajo la luz del sol, los cuales se filtraban a través de las copas de los árboles más altos que formaban el bosque. Éstas, mecidas por el suave viento primaveral, parecían moverse al compás de los dulces trinos de los pájaros. El rumor del arroyo que recorría el bosquecillo, acompañaba los gorjeos de las avecillas, callando éstas en el momento oportuno y permitiendo que el golpeteo de las aguas llevara a cabo un perfecto solo en armonía con el resto de sonidos que llenaban el bosque.
En el centro del bosque, un pequeño claro,ejemplo de paraíso terrenal, alfombrado por cientos de delicadas florecillas con sus brillantes colores y surcado por el cristalino riachuelo, permanecía oculto por las espesas pareces vegetales de Artmis.

Brigit, tumbada junto al río, justo en el centro de aquella extensión, leía el viejo libro que tía Thora había rescatado de aquél horrible mercadillo medieval, el cual había invadido durante semanas las avenidas de Silvanist. Su mirada se deslizaba con rapidez sobre las palabras escritas en esas amarillentas páginas, mientras, los rayos de sol jugaban arrancando destellos de la larga y sedosa melena color chocolate.
Avanzaba con agilidad devorando el contenido del libro, sin pausa y tan concentrada en aquella aventura representada sobre papel que, con ningún cuidado, al pasar una de las hojas, se hizo un corte en el dedo índice. Maldiciendo, apartó la mano agitándola por el dolor y con este gesto vertió algunas gotas de su sangre sobre las plantas que crecían a su alrededor. Una de estas gotas, cayó sobre una flor de pétalos tan blancos y puros como la nieve. Ésta se parecía ciertamente a una rosa de navidad, sin embargo, contaba con unos pétalos de mayor tamaño y dos corolas en lugar de una. La gota carmesí alcanzó la blancura de éstos, resbaló hacia el interior y en una fracción de segundo toda la flor se tornó del mismo color de la sangre y se cerró. La joven contempló el siniestro espectáculo con una mezcla de curiosidad y temor. Aquella horrible visión la había inmovilizado con gélidas punzadas de miedo. Pronto, unos profundos escalofríos comenzaron a sacudir su cuerpo una y otra vez sin que ella pudiera detenerlos. Si bien, ella misma no podía explicarse a qué respondía el terror que tan bruscamente la había invadido, decidió  hacer caso omiso de él, forzándose a apartar la mirada de los espeluznantes pétalos escarlatas y a centrarla en las páginas del libro.

El añil de la noche asomaba en el cielo engastado con cientos de estrellas. Miles de sombras iban apareciendo rápidamente donde antes no había habido más que luz y colores. Los animales cesaban uno a uno sus voces y se refugiaban en sus hogares bajo la tenue luz violácea. Apenas a unos pasos de la joven, una sombra se arremolinaba tomando forma y absorbiendo gran parte de la inquietud que la había invadido y que, todavía, se aferraba a la tranquilidad y a la incertidumbre que ahora reinaba entre la arboleda.

Brigit se despertó lentamente. Se había quedado dormida sobre el libro sucumbiendo bajo el agotamiento, prueba del estrés sufrido. Miró al cielo. Ya casi había oscurecido por completo y comenzó a recoger a toda prisa. Mientras metía el libro en la mochila, que había llevado consigo, un detalle captó su atención. La flor había abierto sus pétalos. Estos, ya no eran rojos, ni siquiera habían recobrado su blanco natural. Eran negros, tanto como el carbón y estaban rígidos, rígidos y afilados.Ella volvió a apartar la mirada de la siniestra flor y acabó de recogerlo todo.Sin mirar una sola vez atrás y todo lo velozmente que pudo abandonó Artmis con la imagen de la planta en su mente.

El pueblo parecía estar cubierto por miles de estrellas unidas por una maraña de finos cables que se entretejían formando una tupida red sobre este. Las lucecitas invadían las estrechas e irregulares callecitas, cálidas y doradas bajo la noche. Borlas y suaves banderines color camel pendían de las fachadas de los caserones dando un toque hogareño a la población. Las pocas personas que allí vivían y algunos turistas se aglutinaban en sus plazas, en los pequeños bares y restaurantes de la zona, igualmente decorados, y charlaban animadamente aguardando a los eventos que tendrían lugar esa noche. Grupos de música ambiente tocaban sus dulces melodías. Éstos, repartidos por los lugares más importantes de la villa, despertaban con sus composiciones la pasión en las parejas incitándolas a bailar mientras los niños correteaban al rededor con luciérnagas de madera. Era la fiesta de las luciérnagas y como todos los veranos el pueblo se llenaba de vida para festejar la llegada de estas.

Brigit caminó pausadamente sobre los adoquines de las callecillas en dirección a casa. Le encantaba la fiesta de las luciérnagas, pasear por el pueblo embriagándose con la calidez y la vitalidad que éste y sus habitantes despedían y, cómo no, unirse a los festejos y bailar junto a sus amigos al ritmo suave de la banda. Llegó bastante rápido a su casa a pesar de la lentitud de sus pasos. Era un pueblo pequeño. Una vez allí, cenó y subió a su habitación. Sobre la cama había un precioso vestido que tía Thora había preparado. Suave seda azul muy ligera, finas bandas de satén negro cubriendo la cintura y unos zapatos de salón con poco tacón también en satén negro. Se puso el vestido deslizándolo suavemente sobre su piel, se recogió el fino cabello y se adornó con preciosos pendientes de perlas y una elegante gargantilla de plata. Estaba lista para salir.Con un último vistazo a su reflejo abandonó la vivienda. Justo en ese momento una tenebrosa silueta se atravesó ante sus ojos a una velocidad de vértigo y la joven, quien apenas había  puesto un pie sobre la acera cayó hacia atrás confusa. Se levantó despacio, sentía los brazos y las piernas algo entumecidos por lo que tuvo que aferrarse a la verja de la puerta para no volver a caer. Una vez en pie, miró a lo largo de la calle, no había ni rastro de aquella sombra .Tampoco nada extraordinario. Sacudió levemente la cabeza sin comprender nada y corrió calle abajo en dirección a el bar, donde había quedado con sus amigos. Llegaba tarde.

Las horas pasaban velozmente. Bromas acompañadas de ruidosas carcajadas, torpes pasos de baile sobre la pizarra que pavimentaba el suelo y juegos de niños al compás de animadas canciones, convivían en la fiesta veraniega que parecía no tener fin y cuya principal invitada era la alegría. Sobre el tejado del ayuntamiento, un cuervo se agitaba furiosamente, envuelto en una bruma oscura y densa, luchando por recobrar el aliento y la libertad. En apenas unos instantes la ave dejó de batir sus alas agónicamente y cayó inerte sobre la pizarra de las tejas. La neblina se disipó en torno a él y cuando la última mácula hubo desaparecido de la atmósfera, el cuervo abrió los ojos, rojos y llameantes como ascuas, con un graznido antinatural y espeluznante, más parecido a un último aullido de dolor. Escalofriante y angustioso, el sonido se apoderó del sosiego nocturno para convertirlo en una inquietud ansiosa, mal presagio que ahora se cernía sobre la villa.

Brigit llegó a casa con los zapatos en una mano y el pequeño bolso en la otra. Había bailado sin parar durante horas y a duras penas se mantenía en pie. Abrió el bolsito, no sin cierta dificultad, para buscar las llaves. Tras varios minutos hurgando en su interior, consiguió sacar el llavero y tanteó la puerta buscando la cerradura. El cansancio y la oscuridad no facilitaban mucho la labor pero finalmente pudo abrir la puerta. La casa estaba vacía. Tía Thora y Annelise, su hermana menor, probablemente estarían en la laguna Brise para ver las luciérnagas de cerca. Cuando era niña, ella misma solía acompañar a su hermana. Juntas, acostumbraban a tumbarse a la orilla de la laguna esperando la llegada de los insectos rutilantes. Cuando el espacio se alumbraba con cientos de resplandores, correteaban jugando con éstos, siguiendo el organizado desfile de luces, brincando y danzando envueltas en ellos. Lo adoraba. Ahora, siendo casi una adulta, apenas tenía tiempo para este tipo de placeres dulces y sencillos. La vida social y los estudios consumían su tiempo poco a poco, agotando su imaginación y su inocencia.
Una vez dentro de la vivienda un escalofrío la recorrió, erizándole el vello de los pies a la cabeza. Estaba aterrorizada y no sabía porqué. Su primer impulso fue salir a toda prisa de allí y quedarse en casa de una amiga, al menos hasta que Thora regresara pero su madurez serena la obligó a desechar éste y a permanecer allí. Respiró hondo y se apresuró a encender la luz. Vio que en el recibidor, ya iluminado, todo estaba en orden y subió las escaleras atenta a todo lo que pudiera escuchar. Ya en su cuarto, cerró la puerta con pestillo y encendió la radio. La música fluía con efecto relajante de los altavoces del equipo mientras la muchacha se ponía el pijama y se metía en la cama. Apagó la luz y cerró los ojos exhausta .

Una luz rojiza se filtraba a través del visillo de la ventana donde un gran cuervo picoteaba el alféizar, gravando sobre la madera el diseño de la aciaga flor. Una vez hubo finalizado el intrincado dibujo comenzó a golpetear con ritmo el cristal de la ventana. De el pico partido del ave, manaba un fino reguero de sangre que deslizándose sobre la madera llenaba poco a poco el profundo y tosco relieve que con tanta violencia había sido tallado.

Un sonsonete inesperado hizo que Brigit abriera los ojos y se incorporara sobresaltada. Escuchó aturdida y giró la cabeza en la dirección a la ventana donde pudo entrever una pequeña y oscura figura a través del cortinaje. Aún confusa en las brumas del sueño dio un respingo que casi hizo que se cayera de la cama y abrió la cortina rápidamente para comprobar que no se trataba de una ilusión . Sobre el marco de la ventana yacía el cuerpo frío e inerte de un cuervo de plumas alborotadas y ensangrentadas. Con un chillido abrió la ventana hacia afuera empujando el cadáver a la calle y solo en ese entonces pudo ver el gravado de la flor. A toda prisa volvió a cerrar la cristalera, sin darse cuenta de que una neblina tenebrosa y difuminada se filtraba por el resquicio que quedaba entre el marco y la cristalera. La joven, con el corazón en un puño se sentó en la cama intentando aclarar las ideas y salió corriendo en dirección al cuarto de baño. Tenía el estómago revuelto por el nerviosismo y el miedo que ahora dirigían cada uno de sus pasos. Se acercó al lavabo y mirándose al espejo pudo comprobar como unas profundas ojeras y una palidez casi enfermiza marcaban ahora su rostro. Se refrescó la cara con agua tratando de calmarse, el agua manaba fría y cristalina del grifo calmándola ligeramente. Agotada y distraída contempló su reflejo en el agua de la pila, distorsionándose por el suave movimiento del agua. Poco a poco su rostro iba recobrando el color natural y ahora un cierto rubor recorría sus mejillas. De repente, un leve movimiento en la imagen que el agua le ofrecía llamó su atención. Una mancha negra apareció de la nada mostrándose en el reflejo tras Brigit.
Lentamente se giró hacia la pared. La inmaculada blancura de la pared ahora estaba cubierta por un dibujo que parecía estar hecho con tinta negra. Una silueta, una silueta humana muy parecida a la suya, sin embargo, presentaba ciertas diferencias que, más bien, hacían amago de ocultar una verdad, una verdad tan escalofriante, tan espantosa...
La joven no se lo pensó un segundo más. Gritó a pleno pulmón y salió de la habitación a toda prisa, descendiendo los peldaños de las escaleras de dos en dos. Una vez en el recibidor trató de abrir la puerta sin éxito, la llave no giraba dentro de la cerradura, se había quedado bloqueada. Corriendo se dirigió al salón y cogiendo una estatua que descansaba sobre de la chimenea acometió contra la ventana. El objeto rebotó sobre una pared invisible y con mucha fuerza se abalanzó sobre la muchacha, quien apenas tuvo tiempo de apartarse se arrojó al suelo para evitar el impacto. La escultura se estrelló contra una estantería fragmentándose en miles de pedacitos filosos, los cuales cayeron sobre la chica hiriéndola con pequeños cortes. Ésta intentó cubrirse el rostro y el pecho con los brazos haciendo que las mangas del pijama se salpicara con la sangre que manaba de los tajos repartidos por su piel. Solo un trozo de cristal consiguió rozar su rostro haciéndole una herida superficial pero igualmente dolorosa.
Se descubrió con cuidado apartando los brazos del rostro, temerosa de una nueva sorpresa y se incorporó sin saber que hacer. Con la mirada perdida, trató de ordenar su mente. No tenía mucho tiempo. No, no tuvo mucho tiempo porque a los pocos segundos un sonido de ruptura amortiguado recorrió el salón partiendo desde la puerta. Con un temor casi congelante, giró la cabeza hacia la puerta, sin saber muy bien que esperar, solamente intuyendo el espanto que la aguardaba. Una densa bruma iba tomando forma junto al marco de la puerta. Primero un silueta indecisa, luego una figura cierta. Ante la mirada, ahora más atónita que horrorizada de Brigit, una variante de sí misma se alzaba con seguridad. Era oscura y, a su vez, permanecía oculta en el velo de la noche por lo que no pudo vislumbrar bien su rostro. Pese a todo reconoció las mismas muñecas delgadas, la barbilla afilada y los hombros anchos que la caracterizaban. Un paso al frente reveló una boca pequeña y carnosa y unos ojos grandes, exactos a los de la joven. La única señal distintiva que pudo apreciar fue la forma de entrecerrar éstos, con una mezcla de picardía y gracia, y la boca torcida en una medio-sonrisa . En sus ojos, pronto pudo atisbar un brillo rojizo, dos llamas oscuras y agresivas que se mostraban rodeada por las grandes pupilas.

La muchacha, aún más confusa por la aparición, por poco cayó desmayada pero, finalmente, venció las tinieblas que enturbiaban su mirada y aferrándose, con tanta fuerza que se lastimó los dedos, a la madera de la estantería se puso en pie y marchó hacia atrás con pasos trémulos . Este proceder ensanchó la extraña sonrisa de la copia que pronto comenzó a estirarse, creciendo tanto como le permitía el modesto arco de la puerta. No fue una transformación muy espectacular si se tiene en cuenta que el espeluznante ser estaba conformado por sombra y como tal era su comportamiento. Se había convertido en un esbozo de Brigit; Bueno, más bien en el amago de su contorno, ahora alargado, totalmente deformado. Una vez culminada la mutación, avanzó apenas unos centímetros en dirección a la chica. Disfrutando de su miedo, de su agonía. Ésta , se vio incapaz de retroceder más, cerró los ojos con fuerza y se dijo para sí que esto no era más que un producto de su imaginación, perturbada por las novelas y películas de terror que tanto la fascinaban. Volvió a abrir los ojos, encontrándose, frente a sí, una imagen de sí misma que la saludaba y que en cuestión de segundos presentó un semblante compuesto por unos ojos (si es que podían ser llamados de tal forma al tratarse de dos cuencas oscuras y vacías), una boca sin labios ( una serie de costuras y orificios erróneos entre éstas) y una piel envolviendo, a duras penas, el amasijo de musculo y hueso que se podía deducir a través de los desgarros que recorrían dicha tez y a partir de las profundas bolsas que envolvían aquellas cuencas desprovistas de vida y de sentimiento. Antes de que la joven pudiera emitir sonido alguno, el espantoso monstruo de oscuridad se arrojó sobre ésta haciendo que se desplomara sobre el suelo y absorbiéndole su vitalidad junto con todos sus temores. Poco a poco la muchacha dejó que la invadiera la inconsciencia recordando, como último pensamiento la imagen de la flor .

Brigit despertó sobresaltada y se incorporó sintiéndose mareada por la rapidez. Pronto, la debilidad dejó paso a la lucidez de la inquietud y contempló los alrededores vigilante. Se hallaba en el bosque y el sol brillaba con fuerza sobre el claro, si bien ya se inclinaba hacia el ocaso. La chica, no tuvo más remedio que convencerse de que todo había sido un mal sueño y tranquilizar su corazón, aún prisionero por la angustia de lo vivido, no obstante, decidió abandonar el lugar a toda prisa. Si salía ahora, con el sol gobernando el cielo, las sombras no tendrían medio alguno de seguirla y mucho menos de alcanzarla. Desaparecerían bajo el cálido esplendor de la luz. Una vez recogidas todas sus pertenencias y comprobando con estupefacción que no había ni rastro de la flor, abandonó Artmis descendiendo por la ladera y desapareciendo entre los pequeños edificios de las afueras. De ninguna manera se imagino, ni podría haberlo hecho, que una figura, encaramada sobre las ramas de un frondoso árbol, observaba cada uno de sus movimientos con una malévola media sonrisa y una chispa violenta en sus ojos. Extrañamente, muy similar en apariencia a la joven.

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